sábado, 5 de febrero de 2011

Dos caras de una misma moneda

En la lucha diaria contra los marxistas puede haber algunos nacionalistas que descuiden su igual obligación de combatir al enemigo liberal. Una comprensión profunda de ambos sistemas, marxismo y liberalismo, nos lleva a la comprobación, nada sorprendente por otro lado, de la familiaridad, del parentesco, de las necesarias similitudes entre ellos. Familiares algunas veces mal avenidos, pero con un objetivo común, marxistas y liberales, poniendo en primer y único plano lo material, la mera satisfacción de necesidades humanas primarias, reales o inventadas, y la acumulación incesante y acelerada de “riqueza” están arrasando, si no lo han hecho ya, nuestro mundo. Presentamos aquí unas reflexiones sobre y contra el liberalismo a cargo de Alain de Benoist.

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«En el sistema liberal sólo cuenta la dimensión individual, acompañada de su antítesis, la “humanidad”. Todas las dimensiones intermedias: naciones, pueblos, culturas, etnias, etc., tienden a ser negadas, descalificadas (en tanto que “productos” de la acción política e histórica, y en tanto que “obstáculos” a la libertad de comercio) o consideradas como insignificantes. El interés individual domina al comunitario. Los “derechos del hombre” se refieren exclusivamente al individuo aislado, o a la “humanidad”. Los individuos reales son percibidos como reflejos, como “encarnaciones” de un concepto abstracto de Individuo universal. La sociedad, a la que la tradición europea consideraba como integradora del individuo (en el sentido en que el organismo integra en un orden superior a los órganos que lo componen), se ve despojada de sus propiedades específicas y pasa a ser la simple suma de sus habitantes en un momento dado. En adelante es definida como una colección de personas arbitrariamente consideradas como soberanas, libres e iguales. La propia soberanía política es reducida al nivel individual. Al estar prohibida cualquier trascendencia del principio de autoridad, el poder no es ya más que una delegación hecha por unos individuos cuyos votos se suman con ocasión de las elecciones, delegación que vence regularmente y de la que el poder debe rendir cuentas a la manera de un presidente de consejo de administración ante la junta de accionistas. La “soberanía del pueblo” no es en modo alguno la del pueblo en cuanto tal, sino la indecisa, contradictoria y manipulable de los individuos de que ese pueblo se compone. Al ser los individuos iguales y tener primacía sobre las colectividades, el desarraigo se convierte en regla. La movilidad social, necesidad económica, cobra fuerza de ley. La práctica, dirigida a consumar la teoría, favorece la abolición de las diferencias, que han acabado por ser calificadas de “injustas”, al depender del azar del nacimiento. Lo que implica, como subraya Pierre François Moureau, “romper las comunidades naturales, las metáforas orgánicas, las tradiciones históricas propicias a encerrar al sujeto en un conjunto que se supone no ha elegido” (Les racines du liberalisme, Seul, 1978, pág. 11). La concepción orgánica de la sociedad, derivada de la observación del mundo viviente, es sustituida por una concepción mecánica, inspirada en una física social. Se niega que el Estado pueda ser asimilado a la familia (Locke), que la sociedad sea un cuerpo, etcétera».

Fragmento del artículo “El error del liberalismo”, de Alain de Benoist. Publicado en Más allá de la derecha y de la izquierda. Alain de Benoist. Áltera, Barcelona, 2010, págs. 59-60.

Fuente.

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