miércoles, 7 de octubre de 2009

Servir al pueblo es el mayor honor


Decía un sabio latino de la antigua Hispania, que todos nacemos libres, y casi todos morimos como copias, cierto y sabio es pensarlo y afirmarlo.

Esa capacidad de ser único, y no copia, va sumada a la humildad, a la no envidia, al no buscarse en otro, o a no buscar la coincidencia en otro. Es el no mirar en otro constantemente, pues solo has de mirar hacia ti mismo, hacia dentro de ti, no vives de la observación ajena y, ni mucho menos, en pasados y emulaciones de horas vencidas, vencidas porque no vuelven a marcarse en el reloj vital de nadie, más que en la memoria del que recuerda.

Resucitar muertos es tarea imposible, puedes honrarlos, respetarlos, llevarles flores según creencias, y pueden seguir sempiternamente vivos en el corazón de quienes le han querido y siempre querrán. Pero afianzar los pies en un terreno que sirve de lecho al muerto, solo te hará más cercano al pueblo que yace, al pueblo que sirve de abono, al que ya no vive y palpita. No es la planta, ni el árbol que crecerá y de continuidad a la vida. Es el anciano y es el hijo ¿Quién debe seguir vivo? Es ley sagrada de vida.

Los libres; los únicos, suelen ser los que poseen una calidad humana tal, que debieran guiar al resto del pueblo, pero es algo que surge de forma natural. Ellos mismos no se erigen en cúpula sacrosanta por encima del resto, es como el árbol fuerte que se yergue por encima del resto, fue su naturaleza la que le elevó más que al resto, fue su fuerza su genuinidad -por encima de ser del mismo tipo y especie que el resto- lo que le hizo ser más frondoso, más alto, más fuerte, más resistente, el que daba mejores frutos. Bajo su sombra nacerán otros y puede que un día esos otros le hagan ser, naturalmente, secundario, y así lo aceptará, pues es la ley natural, renovación, fortaleza, superación, perfeccionamiento, evolución en conclusión.

Nadie nace líder, salvo esos reyezuelos a los que el apellido les pone en culo en el trono de mando, al fin y al cabo no son líderes pues el pueblo, ese al que todos se pasan por alto, suele mosquearse y ponerlos en su sitio. A veces, es cierto, la voz del pueblo ha sido acallada, por seres que, a la sombra del poder, decidieron dar traición a la que es su gente, su esencia. Esas son las ratas del pueblo, los buitres, los carroñeros, esos que ansían ser como el apoltronado y no pueden porque no nacieron en el seno de la familia que desearon y desearán hasta la muerte. Pero no hay mal que cien años dure…

Ese tipo de líderes desnaturalizados se encuentran en una sana extinción, esperemos que en breve no quede ni uno, son como esas enfermedades que deben ser erradicadas y que cuesta. Pero no vamos a sustituir apellidos por egocentrismos, ni por iluminaciones o iluminados varios, no, ni vamos a andar oliendo a viejo, ni vamos a volver a vivir en casas de adobe, ni a ordeñar una vaca en la tienda de la esquina para llevar un litro de leche a casa. Pensemos que hay construcciones mejores y más resistentes que el adobe, nuevos materiales y formas que en conclusión ofrecen mejor abrigo y protección al pueblo, al pueblo actual, con las necesidades que le acucian ahora. Pensemos que la cuestión no es regresar a épocas pasadas para obtener calidad, que pueden aplicarse nuevas medidas que aseguren esa calidad y la salud del consumidor sin tener que ordeñar a la vaca.

El hoy y el ahora, marcan el tiempo de la no existencia de dueños por derecho adquirido, heredado, o prestado de tiempos pasados. Ahora deben liderar los elegidos por méritos, porque son lo mejor, y así les hizo erigirse su fuerza y capacidad. Capacidad, si, la capacidad no se hereda, sin mérito nada ganaste, sin logros eres un incapaz, esa ha de ser nuestra ley.

Si somos incapaces no echemos la culpa a otros, ni mucho menos al pueblo, pues es nuestro deber el ser claramente la guía y no exigir el serlo porque sí, porque algunos se creen herederos de no se sabe que terreno, y no sé muy bien de qué pueblo, como si fuéramos un conjunto de esclavos marcados a fuego por un número que ellos nos han puesto o impuesto.

El pueblo es libre, los que nos sabemos pueblo ¡somos libres! No somos posesión, somos la forma y el alma de una patria, de esta patria, no estamos numerados ni debemos lealtad más que a la justicia que se nos debe y quienes nos hagan libres en ese sentido, esos y solo esos, por méritos, tendrán el honor de guiarnos.

Porque servir al pueblo es el mayor honor, pero el servirte de él, es la mayor villanía.

Carmen M. Padial.

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